OPINIÓN
La Jaula
Hablamos de inteligencia artificial y viajes espaciales, pero la realidad cotidiana huele a humedad y facturas impagables
Mientras usted, vecino de extrarradio, sube cada día la compra a pulso, contemplando descampados baldíos que rodean su bloque, desde alguna oficina, construida en un moderno edificio con ventanas al mar para solaz de funcionarios, se, le prohíbe la posibilidad de pensar siquiera en levantar ... allí algo útil. «Por su bien», alegan los sumos sacerdotes del reglamento. ¡Por su bien!
España, año 2025. Hablamos de inteligencia artificial y viajes espaciales, pero la realidad cotidiana huele a humedad y facturas impagables. Jóvenes desterrados de la emancipación, familias pagando alquileres que estrangulan cualquier atisbo de futuro en zulos con goteras. ¿La culpa? No la busquen en la libre empresa.. Miren al Leviatán estatal, a su voracidad normativa que convierte el suelo en un bien de lujo y la existencia en una carrera de obstáculos.
Aquí, todo se prohíbe. Cada movimiento vital exige un sello, una autorización, un permiso que engorda la telaraña administrativa y las arcas de lo inútil. El urbanismo, lejos de amparar, aprisiona. No reparte juego, lo confisca. Este sistema se nutre de nuestra dependencia, de la asfixiante tiranía del trámite.
El suelo rústico es sagrado, menos para arrancar olivos y expropiar forzosamente el terreno para sembrarlos de paneles solares, molinos de viento o vistosos clubes de alterne donde encontrar algún legislador. Y nosotros, a pagar y, así, privar a nuestros hijos de los lujos que recibirán los engendrados bajo las luces de colores.
Basta ya de lamentos estériles. Es hora de apuntar al tumor: ese modelo parásito que ha florecido a la sombra del control, esa legión de burócratas que han hecho de la prohibición su modo de vida. Dejemos de mendigar permiso para respirar. La libertad no se pide, se conquista.
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